miércoles, 18 de septiembre de 2013

La Ruta Norteamericana, de aniversario...
...o el poder comunitario de la música


… celebrar las delicias de la música que nos emociona, y el efecto comunitario que tiene… (Fernando Navarro). Porque sí, porque la música siempre ha tenido ese trasfondo social, al menos para muchos que la devoramos como alimento diario. Cierto que se puede (y en la mayoría de los casos, se debe) escuchar en solitario, buscando la emoción que hace surgir, imaginando el momento en que fue creada, regodeándonos en nuestra imaginación con otras canciones de las que bebió la escuchada, fallando y volviendo a imaginar, dejándola correr. (...)


Pero, quién de nosotros no ha sentido el impulso de salir a contar, a compartir, a comentar el descubrimiento que acabamos de hacer? Los que nos iniciamos en la ingesta física (porque así la siento yo) de discos entre los 10-15 años, sabemos de lo que hablamos. Si además, hace ya mucho tiempo de esos 10-15 años, sabemos que la barra de un bar, de un pub, un teléfono o las ya casi desaparecidas cartas manuscritas eran elementos necesarios para completar el proceso de la escucha de un disco tras haber caído en él. Una tienda, la compra de un vinilo, la escucha y la necesidad imperiosa de grabarlo en un par de cintas o tres para pasárselo a esos amigos que sabías que lo iban a necesitar con la misma voracidad que tú. Las revistas escritas y la radio eran el vehículo que nos impulsaba a pisar esa tienda de discos. Pasábamos horas en ella, porque sabíamos que ése era nuestro templo, y no la iglesia del barrio con la que desesperaban tus padres para hacerte ir.

Llegó internet, y el medio cambió. Pero no el ansia. Escuchar una canción y necesitar compartirla. Pero, de repente, fuimos conscientes de que podíamos hacerlo con gente que no conocíamos. Devolver de alguna manera todo aquello que habíamos recibido de quienes leíamos en prensa y escuchábamos en radio. Un simple blog, sin necesidad de conocimientos informáticos, cumplía en parte la labor de los eternos fanzines, a los que algunos nos entregábamos en su momento como ejemplo primitivo de comunidad. Cada uno lo encaró a su manera, ofreciendo más emoción que conocimiento, más pasión que rigor, más frivolidad que seriedad. Sí, eran nuestros fanzines personales, que nos permitían ir enlazando unos con otros, porque no éramos pocos. Así nació Río Rojo.

Y así, de enlace en enlace, de nuevo amigo en amigo, llegó a Serenatas de Nueva York. Lo firmaba un tal Fernando Navarro, periodista residente por entonces en la capital del mundo. Y como en aquéllos en los que yo buscaba el consuelo del rock escrito, ofrecía conocimiento, rigor, pero sobre todo, pasión. Por una música, por una ciudad, por un trago, por una noche. Muchos hemos sentido ser alguna vez el propio Travis Bickle, perdernos entre saxos y putas, entre sexo y noche, entre soledad y compañía. Desde entonces, desde aquellas serenatas de la ciudad, me sentí de Fernando Navarro. Porque siempre me gustaron esas dicotomías. Eres de los de Louie Louie o eres de los otros. Eres del Ruta 66 o eres de los otros.

Esa red informática nos permitió seguir manteniendo el contacto, compartir grupos de correo electrónico en los que una serie de enfermos ponemos en común las píldoras que cada uno se autoreceta, luego llegaron las redes sociales y fuimos amigos (qué fácil es ser amigo de alguien a quien no conoces, y, sin embargo, tener la sensación de que compartís mucho más que con gente de tu mundo real).

Y así estamos hoy. Fernando Navarro sigue en su periódico, con sus revistas de papel, con su libro, y con La Ruta Norteamericana, blog que de alguna manera enlaza con aquella gran manzana. Y por fin tuvimos ocasión de compartir botella y charla (dos de los pilares fundamentales de la vida, no nos engañemos) hasta la madrugada, en otra manzana, sevillana, cuando el Ciclo de Conferencias sobre Bob Dylan.

Y esa imprescindible Ruta Norteamericana tendrá rigor, tendrá conocimiento, tendrá prosa, pero tiene pasión, tiene enfermedad, y eso es lo que buscamos. El ansia de seguir compartiendo música. Ese ansia…

Y tiene años. Cinco. Todo un más que adolescente con acné y urgencia vital en el mundo de la red. Y como buen adolescente, lo celebra, este viernes, 20 de septiembre. Y como buena celebración, lo hace a lo grande. Compartiendo guitarras. Las de otros buenos y queridos tipos enfermos, ya pasados por este quirófano del Río: Lapido, Los Madison, Íñigo Coppel y The Low Willows. Y con Edu Izquierdo a los platos de la post-fiesta (otro a quien conocer más allá de los códigos binarios), controlando la tensión del baile agarrado para priápicos, y en El Sol, trasunto eterno del local del guateque. Y por una buena causa, la ONG Centro Social Tío Antonio Nicaragua.

Y… allí estaremos.
*Foto segunda, por JSMatilla, fuente Esa Canción Me Suena
Suena la corriente: "New York City Serenade" - Bruce Springsteen

6 comentarios:

  1. En tus palabras siempre encuentro tu pasion por la musica,y eso hace que me emociones,gracias.

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    1. Las gracias las doy yo a vosotros por pasaros por aquí. Beso

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  2. Planazo. Y encima por una muy buena causa. No podré estar porque tengo jaleo (del molón) con la familia de sangre, pero también me siento parte de esa familia que tan bien describes y bueno, "estaré" con vosotros de alguna forma. En un "toquesito" del guitarrista de Lapido, que me gusta tanto, mismamente.
    Dale un abrazo a Fernando de mi parte. Y quédate otro para ti.

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    1. Le será dado, lu, y una pena que no puedas pasarte. Es un planazo, sí.

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  3. Joer, amigo y señor del Río Rojo, aparte de identificarme tanto en algunos detalles quería destacar por encima de todo ¡qué apasionante gran artículo!. Disfrutad mucho, un abrazo.

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