martes, 5 de noviembre de 2013

Doctor Divago
Imperio (Bonavena Música, 2013)
Acumulando deuda impagable


Hasta unos papeles tan humildes e insignificantes como éstos de Río Rojo no dejan de acumular deudas. Y no nos referimos a deudas económicas (que también, pregunten a las telarañas de mi cajero), sino que hablamos de deudas emocionales, sentimentales, musicales. Y si nosotros entramos en ese proceso acumulativo, no digamos el colectivo musical del país. (...)


En más de una ocasión, ocultamos estas deudas con la ignominia del silencio. Hasta que un hecho concreto nos impele a sacarlas a la luz. En este caso, la publicación del nuevo disco de los valencianos Doctor Divago, Imperio, es el detonante. Cuando hace 23 años, quien esto escribe se trasladó a vivir a Valencia por cuestiones laborales, enseguida quiso empaparse de todo cuanto se cocía en los garitos de la ciudad mediterránea. Y allí, concretamente en la sala Babia, tuvo la ocasión de ver por primera vez en directo a Doctor Divago. Pero también estos papeles nos han brindado la oportunidad de contactar personalmente con muchos de esos músicos que hemos seguido a lo largo del tiempo. Así que un día, nos encontramos charlando vía redes sociales con Manolo Bertrán, cabeza creadora del Doctor, recordando aquel concierto, nuestro particular distanciamiento posterior con nuestra marcha a Sudamérica y estableciendo la promesa de dedicar una retrospectiva como bien merece la banda. Hasta hoy.

Y si nosotros reconocemos la deuda, todo aquel que ame el rock y el pop debería hacer lo mismo respecto a Doctor Divago. El año que viene cumplirán 25 años haciendo lo que saben y aman.  Y este Imperio hace el número diez en una discografía más que necesaria. Datos suficientes para justificar la deuda. Con un núcleo formado por el ya nombrado Manolo Bertrán, junto al batería Asensio Ros Wally y el armonicista y encargado de coros y parte gráfica Antonio Chumillas Chumi, alrededor del cual han ido girando nombres que desde hace ya diez años completan Edu Cerdá al bajo y David Vie a las guitarras.

Estaríamos hablando de un grupo de orfebres, de artesanos, si no fuera porque somos capaces de reconocer en ellos el gen de la enfermedad que preside estas páginas, ésa que hace que uno se entregue febrilmente (no hace falta más que seguir en redes el sinparar de actuaciones en vivo, eléctricas o acústicas, que atesoran casi a diario) a una causa que considera la médula de su vida, encontrando la satisfacción en un trabajo que en muchos casos es respondido con un silencio inmerecido.

Por eso, en ese juego de espejos que descubrimos en su lírica durante todos estos años, uno juega a su vez a buscar los contraplanos escondidos. El contundente inicio del disco, Solo la mitad de la mitad de mí pareciera dejarlo claro: Solo la mitad de la mitad de mí está muerta, el resto sobrevive y está alerta.

Y escuchando este Imperio somos conscientes de que sí, de que están alertas y vivos, acumulando el sinsentido, desvarío y delirio del que hablan ellos mismos. Unas letras que una vez más vuelven a superar en calidad a algo más que la media de cientos de grupos. Es ese juego de espejos el que les permite novelar vidas reales, como las de la vedette Gracia Imperio o la del púgil norteamericano Barney Ross, ejemplos de auge y caída como somos cada uno de nosotros. Es ese juego de espejos el que les permite jugar a su vez con las trampas del corazón, como en la soberbia Debilidad (…debilidad, no, yo no he dicho felicidad…), en Ni una pizca de tu amor (…para qué necesitaría yo ni una pizca de tu amor…) o en esa insuperable La deriva continental, auténtica piedra angular del disco, donde una de sus tantas arrebatadoras melodías burbujea entre una relación asimilada a un mundo con un único continente, en lugar de la relación a dos, el número que nos da vida y en muchas ocasiones nos la quita.

E inesperadamente, son capaces de entregar guiños que parecen dirigidos directamente a uno mismo. En mi caso, la deliciosa nostalgia acústica de Sonaba Julio Galcerá (…sonaba Julio Galcerá en el viaje de vuelta…). Cómo no voy a estremecerme cuando recuerdo mis vueltas hace 23 años a Valencia, en la endomingada nocturna soledad de un coche en el que sonaba sin pausa el Puro Vicio de Julio Galcerá y Mala Seguida.

Entre presencia de guitarras radicalmente eléctricas y melancólicamente acústicas, destacan unas melodías que hacen del estribillo de cada una de las diez canciones algo simplemente arrebatador. Navegando entre las olas de un pop y un rock en castellano que muy pocos han cabalgado con tanta pericia. Y que algunos que sí, a Lapido y todas sus historias como referente me dirijo, han cobrado también con un inmerecido silencio popular.

Sinceramente, uno sabe que la deuda seguirá acumulándose. Discos como Imperio no hay forma de pagarlos.
*Compra Imperio a través de la tienda de Doctor Divago / Bonavena Música
Suena la corriente: "La deriva continental" - Doctor Divago


2 comentarios:

  1. Leída con detenimiento, hermano. Acumulando grandeza también en Río Rojo. Un abrazo.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Es cuestión de ir acumulando este tipo de sonidos, que tan bien saben, verdad?

      Eliminar