lunes, 1 de julio de 2013

Azkena Rock Festival 2013: Día 1
El día de los cuervos y los perros pastores


*Textos: Jaime G López "Desperdicios" y Josetxo Río Rojo
*Fotos: MusicSnapper, vía LastTour

Voces agoreras presagiaban una posible debacle en la edición anual del Azkena Rock Festival. Y lo sorprendente era ver cómo esos presagios parecieran en algunos casos deseados. Sin embargo, el festival de rock por excelencia continúa demostrando que tiene un lugar más que merecido entre las citas estivales (...)

y que a pesar de la crisis, las críticas o el tiempo transcurrido desde su primera edición, sigue siendo necesario. Más de 25.000 personas entre ambos días tal vez no alcance las cifras de otros años, pero demuestra que sigue siendo el punto de encuentro para ver qué se cuece en los diversos caminos estilísticos del mundo rock.

Son esos diferentes caminos los que uno transita más o menos a gusto. Así que comenzamos con The Socks, banda de Lyon de la que habíamos leído menciones al garage por un lado y a un cruce Zeppelin-Sabbath por otro. Y a la postre, es esto último en lo que se centran, como otros ejemplos vistos durante las dos jornadas, excesivamente miméticos con los británicos.

Lo de Sex Museum es un caso aparte. Pocas bandas serán un valor tan seguro para citas de estas características. Su vuelta a las raíces más fuzz, ese sonido que Fernando Pardo reconoció que le envenenó de joven cuando llegó a él casi por accidente, les sienta de maravilla. Son ya muchos años siendo abanderados de los garajes más etílicos de Malasaña. Y eso les hace saber llenar un escenario con la suciedad buscada y encontrada. Y cuentan con ases en la manga, como el impepinable mash-up entre Deep Purple y Beastie Boys, sones bastardos que encajan a la perfección en Smoke on the party.

Salieron M Clan dispuestos a dar un bolo potente y a romper los prejuicios que la parroquia purista roquera pueda tener contra ellos. Se les veía con ganas de tocar en un festival como el Azkena, en escenario grande y horario de inicio de la traca final. En sus cincuenta minutos sobre el escenario ejercieron de banda con poderío roquero y ascendencia sureña en sus iniciáticas Maxi ha vuelto a la ciudad y Perdido en la ciudad. Ejecutaron soul de memphis via Otis y Crooper en Para no ver el final. Se transmutaron en combo de blues pantanoso escuela de Chicago en Ritual. E hicieron guiños a Led Zeppelin en Noche de Aullidos y a los Who con medley incluido de Baba O'Riley en Pasos de equilibrista, con la que se despidieron y mataron los prejuicios del respetable, entre los que me incluyo. Buena nota para los de Tarque y Ruiperez.

Los europeos asentados en Nueva York Alberta Cross se disfrutan mejor cuando se acercan a clásicos como The Band o Neil Young, aunque no olvidan esa cercanía a las explosiones sonoras propias de Wilco. Eso es lo que hicieron (y mejoraron) a medida que avanzaba el set, aunque su referencia más evidente viene marcada por la aguda voz de Petter Eriksson. Acompañada de planeadores teclados de toque piscodélico, en ocasiones pareces estar viendo a los primeros My Morning Jacket. Lo que no es malo en sí mismo, pero dejó su actuación sin alcanzar el punto de ebullición.

Quizas por ser la tercera visita por tierras vascas de The Black Crowes  en los últimos años, esta discurrió por terrenos menos arriesgados y más seguros y convencionales que en ocasiones anteriores.

Una mezcla entre su primera visita al Azkena plagada de éxitos y la segunda del BBK Live, donde se centraron mas en largos desarrollos instrumentales en su versión Jam Band, como sus adorados Grateful Dead.

Así, el comienzo y final del concierto estuvo centrado en las canciones de sus dos primeros y, para muchos, mejores discos. En el inicio se sucedieron Twice as hard, Sting me y Hotel Illness, para cerrar con un insuperable cuarteto: Thorn on my pride, Jelous again, Remedy y Hard to handle.

Entre medio, desarrollos y jams eléctricas en Wiser Time y Good Friday. Recogimiento acústico, con toda la banda alrededor de la bateria de Steve Gorman, en She Talks to Angels. Y cuidadas versiones del Hush de Joe South y Feelin Alright de Traffic, vía Joe Cocker. Todo ello al ritmo de esa especie de chaman que es Chris Robinson, realizando los bailes y poses que le han convertido en el mas carismático líder de finales del siglo pasado y principios de este. 

Y la pregunta del millon de dolares, está el guitarra Jack Green, sustituto de Luther Dickinson, a la altura? Pues obviamente los Crowes no son tontos y el joven guitarra es capaz de sustentar largos desarrollos, pero no alcanzamos a ver ni excesivo estilo personal ni maestría mas allá de la corrección en sus intervenciones. Y quizás sea mejor así, porque ahora es cuando la figura de Rich Robinson crece en su justa talla, mucho mas allá de la de simple creador de esos inmensos riffs y melodías, es un guitarra solista con extremada personalidad y contrastada solvencia que quizás haya vivido a la sombra de gigantes como Marc Ford o Dickinson. Ya era hora de que el foco recayera sobre él. 

Terminó el concierto con la imagen en ambas pantallas de vídeo del recientemente fallecido actor norteamericano James Gandolfini, a quien dedicaron la actuación.

Sin duda un gran show, aunque quizás esperábamos más, puede que la nueva incorporación esté marcando el repertorio de esta primera gira de una banda caracterizada por huir de los territorios comunes y buscar en su repertorio propio o ajeno sorprender, lo comprobaremos en próximas visitas.

Que Billy Corgan siempre ha sido como un niño mimado, engreído, malencarado, ya lo sabíamos. Que The Smashing Pumpkins son su creación propia lo demuestra que en este nuevo renacimiento sólo él figure de entre los miembros originales. Así que tampoco debemos echarle en cara que quisiera cargarse su propio concierto. Es su obra y hace lo que quiere, así que tendremos que conformarnos con la memoria de sus buenas canciones, que las tiene. Y el caso es que comenzaron intensos, que Bullet with butterfly wings o Cherub rock suenan como un tiro, pero a partir de una fallida versión del Space Oddity (querido, cuidado con encarar según a qué clásicos), la sensación era que Corgan no tenía mucha idea de a dónde quería llevar el concierto, ni siquiera si tenía ganas de llevarlo a algún sitio. Y si él no lo sabía, menos aún nosotros. Así que no quedarán muchos recuerdos del mismo.

Pero la última bala gozosa de la primera jornada recayó sobre unos canadienses, The Sheepdogs, que muchos esperábamos como agua de mayo y sin duda no defraudaron. Que su música beba de los sonidos clásicos, del rock sureño, de boogie ensuciado con blues, de melodías luminosas, les emparenta con los Crowes, pero todavía manejables e inmaculados. Y con la mayor de las honestidades, se centraron en ofrecer una absoluta delicia, a abrir un tarro de esencias de puro rock que esperemos les ponga en el lugar que merecen, al menos entre quienes pudimos saborearlo. Un sabor que sólo tuvo un regusto frustrante: el escaso minutaje del que dispusieron para embellecer su obra.

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