jueves, 10 de diciembre de 2015

Robert Forster
Songs to play (Tapete Records, 2015)
Discos que embriagan


Tal y como están las cosas, que aparezca un disco grabado de manera analógica ya no es una noticia destacable. Cada vez más, el artista vuelve sus ojos y oídos hacia formatos anteriores al advenimiento digital en busca de la esencia de un sonido. Correcto. Pero si además es capaz de ofrecer la auténtica esencia, la que engrandece el alma de la canción, es entonces cuando alcanza lo buscado. (...)


Y cuando engancha al oyente que busca precisamente música con alma, viva, directa y emocional. Volver a encontrarse con Robert Forster tiene mucho de ese encuentro oyente-artista. Porque precisamente fue Forster, junto a su compañero Grant McLennan, creador de esas buscadas canciones con alma en las dos etapas en que compartieron aventura bajo el paraguas de The Go-Betweens. Ese anhelo oceánico por encontrar la melodía que sepa transmitir un algo más allá del respingo armonioso. Lo australianos llegaron al epicentro en el que todo explota, y en ello seguían cuando se redescubrieron entre ellos hasta 2006, en que la muerte de McLennan daba al traste una vez más con el camino fijado. Forster volvía a retomar así su carrera en solitario, despedía a su camarada en The Evangelist en 2008, y continuaba hasta ahora enfrascado en sus producciones, sus escritos, su papel como crítico de rock…

Vista su hoja de ruta, desde luego sobraban dudas al respecto. Pero por si acaso, han quedado despejadas. Songs to play, el nuevo retorno de sus canciones, en el que involucra a  su familia, mujer, hija e hijo, a sus producidos The John Steel Singers, a sus habituales habilidades descriptivas y líricas, y, en definitiva, a su capacidad para crear canciones con unidad por sí mismas, dirige las miradas directamente a aquel Danger in the past que desde 1990 oteaba con la altanería de ser considerado una de sus obras cumbres.
Pero Songs to play nace con el sabor Velvet de Learn to burn para invocar violines, melodías, repeticiones, para guiñar un ojo a John Cale ahora que la sombra de Reed es tan alargada. Baila valses de puro jangle en delicias como Let me imagine you, embellece el folk, aún el a contraluz, de Songwriters on the run, añorando ésta incluso pronunciaciones al estilo Lambchop, o And I knew, pasea por el susurro de Love is where it is, con sus aires bossa, encandila a base de melodías como I’m so happy for you y mantiene un halo de intensidad emotiva en toda su duración, desde la música de cámara sudada en el desierto en A poet walks hasta el humorísticamente desacomplejado onanismo de I love myself (And I always have).

Uno de esos discos tan libres, que embriagan.

Suena la corriente: "Learn to burn" - Robert Forster



4 comentarios:

  1. Fantástico disco, esa imagen "Baila valses de puro jangle" es grandiosa. The Evangelist es mi favorito hasta la fecha, y este entra poco a poco, un disco de largo recorrido. Saludos

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    1. Exacto, Carlos, hay que darle el tiempo que pide, que es el de las grandes obras. Sin duda

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  2. Toda la razón, es tan libre que cada día que pasa me gusta más. Ya lo prefiero incluso a Evangelist. Estará entre mis escogidos del año. Abrazo.

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    1. Fíjate que a mí me entró antes que Evangelist, a pesar del componente emocional de aquel.
      Un enorme disco, querido. Beso

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