lunes, 2 de marzo de 2015

Walter Salas-Humara
La Ribera, Bilbao (01/03/2015)
Recogiendo restos de cada uno


*Fotos 1 y 2: Eneko García Ureta - Rock In Focus

La soledad de quien se levanta por la mañana y aún recuerda. La compañía que no hace olvidar lo que pudo haber sido. La ausencia de enfado y la presencia de un dolor malsano. Los sesenta años a punto de cumplir y aún preguntándose qué escondía el espíritu de Susan. (...)
Pocas canciones, escuchadas en mitad de una noche, consiguen una identificación con el protagonista del calado de Susan across the ocean, uno de esos ejemplos inabarcables que certifican la grandeza de un creador como Walter Salas-Humara.

Una imbatible mezcla de las raíces de una música que crece entre soplos de rock clásico, de country infinito, de folk entre la tradición y el deseo, de blues con la lástima y el lloro en el corazón. Y pop. De ese capaz de elevar la melodía a categoría central de toda una obra, de todo un proyecto de vida. Y todo ello aderezado de una voz entre perezosa y desgarrada, entre rota y remolona, capaz por sí sola de hacer físico un sentimiento como el de la nostalgia. Esto, y seguramente mucho más, es Walter Salas-Humara. Que seguramente da igual decir su nombre que The Silos, una banda cuya presencia vertebradora, entre un sinfín de colaboradores, siempre ha sido él.

Y un Walter Salas-Humara que traduce estas manifestaciones directamente a canciones, las que nos presenta en su reciente disco en solitario, Curve and Shake. Lo dijimos cuando lo revisamos en el Río, y lo afirmamos tras verle en directo: el tiempo no transcurre entre la triste oda numérica de Counting on you, el juego llamada-respuesta con el público de la juguetona Satellite, el reencuentro de Curve and shake, la preciosa melodía que embellece el estribillo de Way too heavy to float, y a la vez es capaz de arañarlo, o esa declaración de retos alcanzables de Uncomplicated. Ninguna pierde en el desnudo directo, acompañado de una voz y una guitarra acústica, ni una pizca de sencillez, de melodía, de ternura.

Y eso que el inicio fue un poco trastabillado, frío en voz y sonido, y seguramente, en recepción. Pero todo ese juego de sonidos de una banda que, aunque sorpresivamente para algunos, no deja de ser fundamental en la evolución del rock y el pop nacido a mediados de los 80, no podía fallar. Porque tienen la esencia de la verdad. Así, las titubeantes Penelope o Margaret van entrando en el calor de la exuberante declaración de matrimonio de la cantada en castellano Por qué no, de la apabullante alegría de vivir que transmite Never lost the sunshine, y definitivamente alcanzan el grado que ya no perdería el concierto con el genial pop de I’m over you, desgarrada, cruda, directa, tremenda. Picando en discos ya clásicos, juega con los crescendos, guitarras y desgarros de voz de The only love, la cercanía vocal a Antonio Vega de Sangre y Lágrimas o la preciosa historia caribeña del Commodore Peter. Pero me quedo con dos momentos. Un Tennessee Fire que entre hechuras de blues arrastrado y duro masca puro sur y puro diablo.

Y la angustia de madrugada buscando el destino de Susan más allá del mar.

Terminar un concierto así es hacerlo recogiendo restos de cada uno de nosotros.

Suena la corriente: "Susan across the ocean" - The Silos



2 comentarios:

  1. Te imagino disfrutando a lo grande, hermano. Qué temazo "Susan across the ocean", creo que mi preferido de los Silos. Abrazo.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Sí, Johnny, fue íntimo y cercano. Y escuchar así Susan, puso los pelos de punta. Qué gran tipo, qué grandes canciones...

      Eliminar