sábado, 25 de junio de 2005

Ferpectamente

Decía ayer que no necesitaba una guitarra sola en el escenario. No es cierto. Siempre las necesito. Siempre me hacen sentir.

En el 98, más o menos, recién llegado yo de tierras lejanas. Trataba de tomar de nuevo el pulso a la noche. De Madrid. Elliott Murphy, en aquella sala, compendio de razas, Suristan, me demostró que con una guitarra, él solo, era capaz de llenar un escenario. Llenarlo de rock incendiario. Para crear llamas, no se necesita mucha gente.

Siete años después, hay gente que me lo sigue demostrando. Un escenario. Apenas veinte personas debajo (empieza a ser norma, demasiadas orejas). Dos guitarras arriba. Josele Santiago y Pablo Novoa. Sí, ellos solos, pero con algunas de las mejores creaciones de rock en castellano. De rock sin idiomas. Simplemente de rock.

La versión más elegante, más sentida que he oído nunca de uno de mis iconos, Route 66. Después de desgranar miserias y tristezas, retazos de un corazón jodido.

Morcilla. Callos. Tequila. Siempre asocié a Los Enemigos a palabras tan, aparentemente, groseras. Entre Vías Lácteas y Agapos, territorios dominados hace años, en cada parada callejera, ahí estaban. Sonidos que alimentan.

Muchos años después, Josele me demuestra que se puede llenar un escenario solo con guitarras. Que se debe. Él paga sus deudas.



Suena la corriente: "Las golondrinas etc." - Josele Santiago