jueves, 4 de junio de 2015

Matthew E. White
Fresh Blood (Spacebomb / Domino Records, 2015)
Expansión física


No. Fresh Blood no es Big Inner. Dicho lo cual, conviene tener en cuenta tamaña perogrullada con tal de no dejar escapar el segundo trabajo de Matthew E. White. Su debut, aquel disco nacido hace tres años y quedado recluido en su Virginia natal hasta que un año después dio el salto y nos dejó a más de uno boquiabierto, era de una viscosidad inasible, algo difícil de atrapar en toda su dimensión.(...)


Era un disco con aristas redondeadas que sorprendía por su volumen espiritual, su carnalidad musical, el realismo mágico que desprendían unos sonidos que trepaban canción a canción. Quiere esta apertura avisar de que Fresh Blood no alcanza las cotas de su antecesor? Hombre, creemos ciertamente que no las alcanza, pero no es la intención avanzar un juicio que no deja de ser subjetivo. Es más un intento de salvaguardar desde el inicio, desde la no escucha, desde la inocencia del ignorante, las esencias de un disco más que válido. Para qué vamos a andar comparándolo con lo anterior. De acuerdo en que no vamos a poder evitarlo del todo, pero tratemos de darle su justo valor. El hermano menor no tiene por qué serlo por el mero hecho de no alcanzar los baremos del mayor.

Seguramente es ese el riesgo de Fresh Blood. Quedar tan opacado de principio, que una vez caes en él, acaso porque te has empeñado en darle la fisicidad que pide, quedas prendado y sorprendido. Que una canción como Rock & Roll is cold tenga el virus del magnetismo, de la cadencia hipnótica, el groove que una descarga de rock’n’roll sureño tamizada de soul debería suponer, es algo que merece celebración. La que sientes cuando te ves cantándola bajo los primeros calores veraniegos, cuando intentas diseccionar si el rock & roll es frío, si no tiene alma, si el r&b no tiene llave y es libre, si el gospel no tiene truco porque es un regalo, todo en una canción reptante, vibrante. Y que queda emparedada entre las dos almas de todo el trabajo. Un Take care my baby que eleva los mmmmm  emitidos por White a la altura de lo que suponen los silbidos en la obra de Andrew Bird, entre aromas a soul con tendencia a discoteca de cierre de noche, con violines y pianos susurrando a la oreja una invitación a compartir cama y oscuridad. Y un Fruit Trees con sabor a funk tórrido, del que no necesita más que las dosis justas de adrenalina para comenzar a gotear sudor.

Como se intuía, es todo Fresh Blood una descarga de soul del siglo XXI, es decir, del que nace en el pasado y sabe llegar al presente en todo su esplendor, sobado por los aires del sur y embellecido por la impresionante capacidad arreglista de White. Que lo mismo suena a una The Band espiritualmente ennegrecida que al Stevie Wonder alocadamente funky, que pasa de bálsamos como Circle ‘Round the sun a la esencia honky tonk adecentada con deliciosas orquestaciones pop, como en Love is deep. Líricamente, más carnal y menos espiritual que el anterior, lo mismo recita una elegía en memoria de Philip Seymour Hoffman en Tranquility que habla de abusos sexuales en Holy Moly sin hacerlo explícitamente y enunciándolo desde fuera. 

En definitiva, un disco que necesita que repares en él simplemente por lo que es, pero que tiene una curiosa capacidad expansiva. La de haber conseguido que la atención se centre de nuevo en el debut de Natalie Prass, grabado en los Spacebomb de White. No había conseguido entrarnos a pesar de las alabanzas a su alrededor, pero podemos llegar a comprenderlo mucho mejor tras haber entrado en Fresh Blood. Curioso.

Suena la corriente: "Tranquility" - Matthew E. White



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