martes, 17 de febrero de 2004

Apartheid

Resulta realmente increíble, pero leyendo sobre las revueltas que se han producido en Sidney tras la muerte de un adolescente aborigen, me entero de que hasta finales de los años sesenta, los aborígenes no tenían reconocimiento como ciudadanos, e incluso se regían por la leyes para la flora y la fauna (aunque bien mirado, no debería ser cosa tan mala, prefiero ser una flor que un ser humano de los que establecen ese tipo de leyes).

Hace 16 años. Johannesburgo, Sudáfrica. Estoy viviendo desde hace unos meses en un albergue YMCA, donde las leyes de discriminación racial no se llevan a rajatabla, y vivimos juntos gentes de todos los colores. Me quedo un día en el comedor, tomando una última cerveza con el cocinero, blanco, rubio, ojos azules y gran conocedor de la mejor parte de la historia del rock. La conversación va derivando hacia la situación social y política en el país. Y me pregunta si sé lo que es el apartheid. Contesto que claro que sí, lo sabía y ahora lo veo a diario. Y me comenta que no tengo ni idea. Que eso es discriminación racial, pero que el apartheid no sólo es eso.

Es algo más, algo tan mezquino, tan maquiavélico, tan taimado que causa pavor. Son un grupo de leyes que gestionan esa discriminación. Saca su carnet de identidad y me dice que lo lea. Leo su nombre, el de sus padres, su lugar de nacimiento. Y llego al apartado “raza”. Le miro y no puedo creerlo. Es rubio. Piel muy blanca. Ojos azules. Vuelvo al carnet. De raza negra.

Mi amigo se había casado con una mujer de color negro (odio el eufemismo "de color"). Y al hacerlo, inmediatamente su raza cambió, se convirtió en un negro, y perdió todos los privilegios que le correspondían por pertenencia a la raza dominante.

Aún no salgo de mi asombro. Soy consciente de la diferencia, la aterradora diferencia. La discriminación física es dañina, pero la psíquica es igual de mortal. Eso era el apartheid.

Nos levantamos del comedor, y abrazamos la noche africana en busca de un lugar donde seguir nuestra charla al abrigo del alcohol. Y nos apetece burlar las leyes. Así que vamos a un pub "whites only". Yo blanquito, y él blanquito. Nos tratan con deferencia.

Mientras no nos pidan la documentación, estamos tranquilos.



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