
Cada ciudad tiene su propio encanto musical, sus conexiones subterráneas entre bandas, locales, garitos y demás fauna oscura agarrada a unos sonidos. Uno, que por esas cosas del comer ha vivido en varias urbes diferentes, siempre ha tratado de pasear por esos callejones en los que eres capaz de encontrar una puerta abierta de par en par para abrasarte con los acordes que tanto necesitas. Puertas abiertas al menos cuando las autoridades incompetentes (estos días vemos, como siempre, cuál es su principal interés) no se dedican a cerrar bocas y espíritus. (...)