viernes, 27 de octubre de 2006

Escribas

La carretera que une Medellín con el aeropuerto es un placer. Un viaje de una hora entre verde, estancias, ranchos, parrillas, por una ruta sinuosa de dos carriles, con muchas curvas que mi taxista emplea a fondo para, aprovechando que la visibilidad es nula, adelantar a toscos camiones. Pero uno se deja llevar. Tienes la extraña sensación de que nada va a pasar. Incluso cuando tres coches (el nuestro en el centro, por supuesto) ocupamos en paralelo ambos carriles. (...)


Tengo ganas de decirle al chofer que pare en uno de esos ranchitos y que nos comamos mano a mano algunas carnes a la brasa. Malditas horas de embarque. Cuando lo comento, me dice que seguro que el avión espera, que por él encantado de darnos un homenaje carnívoro. Y por mí, también.

Antes he tenido tiempo de empaparme de nuevo de la América de calor, ombligos, gritos, olores, colores, venta ambulante (señor, no dirá que no a unos collares, a una funda para el móvil, a un CD, a un polvito blanco que levanta el ánimo), tráfico imposible, esas calles que logran agotar los sentidos en cuestión de minutos.

En una ciudad empapada por Botero, me quedo encantado con los escribas, que ayudados de viejas máquinas (de las ya ausentes), te completan un formulario o te preparan cualquier documento.
Tengo ganas de dictarles una carta en la que decirle a Ella que ya llego, que en dos días estoy, pero que querría vivir estas sensaciones a su lado, porque la vista, el tacto y el sabor fijan más, mucho más, que mis torpes letras y fotos.
Y una vez escrita en vieja tinta, decirle al escriba que la guarde, hasta que la destinataria pueda recogerla en persona.

Bogotá está de nuevo lluviosa y fría.
Poco más queda por apurar.


Suena la corriente: "I can't write left handed" - Bill Withers

Navegado en Bogotá, Colombia

No hay comentarios:

Publicar un comentario