viernes, 22 de enero de 2016

Peter Case
HWY 62 (Omnivore Recordings, 2015)
Soledad acompañada


Uno empieza a escuchar ese All dressed up (for trial), y a pesar de contener una historia sobre injusticias penales y judiciales, puedes sentir el pulso de la melodía pop, aquella que llena de fuerza invadió cuanta canción salió de dos de las más impresionantes factorías a caballo de las décadas de los 70 y los 80: The Nerves y The Plimsouls. Ahí está todo compactado, si bien contenido por el tono semiacústico que empapa en su totalidad este HWY 62. (...)


Pero más allá de su personalísimo legado en el particular mundo del power-pop, del pop-soul o del rock’n’roll en su más amplia expresión, y mucho antes de que la figura del cuentacuentos acústico se extendiera como parte del proceso de recuperación de las raíces americanas, Peter Case ya había dado el paso con su debut homónimo en aquel 1986 producido por T-Bone Burnett. Y, más allá de las reuniones puntuales con The Plimsouls, y más allá de los deseos húmedos de poder volver a ver en acción a The Nerves (calmados en parte con actuaciones cercanas junto a Paul Collins), su carrera como cantautor capaz de llegar a la esencia de la tradición de su país está más que reconocida. Seguramente más por sus pares que por el público, y seguramente más en su país que fuera. Pero si el crudísimo Wig! que grabara en 2010 después de su delicada operación a corazón abierto ponía la continuidad a un simple punto y seguido, bien está volver a conectar con sus historias y canciones en este HWY 62.

Una autopista que une Ciudad Juárez con las cataratas de Niágara y que transmite al disco en sí ese aire de road-movie, de road-record, más correctamente, haciendo parada y fonda en los personajes, en las situaciones, que reúnen injusticias sociales y legales, prisiones, sueños perdidos y robados, destinos sin meta ni salida, un mundo de perdedores para los que apenas el amor y tres fruslerías más ayudan a limar momentáneamente las heridas. No es tanto un disco de canción protesta como el de un observador crítico y detallista, que de alguna manera casi invisible toca con las yemas de su fingerpicking terrenos del alma que pisó aquel lejano Nebraska de Springsteen. La inclusión de su lectura del Long time gone de Dylan encaja por ser de la misma piel que el folk oscuro de Evicted, el blues arrastrado de Pelican Bay, la suavidad delicada de Water from a stone o ese rock’n’roll exudando negritud en If I go crazy. Y si por un momento la cosa podría parecer caer en la redundancia, una deliciosa e inolvidable Bluebells trae suave pop, seda a golpe de country-folk, delicadeza para los sentidos, antes del suspiro honky-tonk que cierra y titula el disco.

Ambiente acústico centrado y conseguido no en soledad, sino con la compañía la guitarra y slide de nada menos que Ben Harper, el bajo y contrabajo de David Carpenter y los tambores de D.J. Bonebrake, quien fuera miembro de X, con ligeros toques de piano a cargo de Jebin Bruni.

Soledad muy bien acompañada.

Suena la corriente: "All dressed up (for trial)" - Peter Case



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