martes, 4 de noviembre de 2014

BIME Live (y Día 2)
BEC, Barakaldo (01/11/2014)
De zurdos y otras hierbas


*Texto: Jaime G. López "Desperdicios" y Josetxo Río Rojo
*Fotos: 3,5 y 6 Eneko García Ureta
Rock in Focus; 1 MusicSnapper; 2 RhythmAndPhotos; 4 David Durán

El segundo día del BIME encerraba una propuesta tan ecléctica casi como el número de conciertos. Una buena balanza de grupos británicos, pero también americanos en estilos y direcciones totalmente opuestas. (...)
En fin, tras la sorpresa inicial de encontrarnos bajo tan engañoso nombre como La M.O.D.A. a un combo que aunaba ecos de Pogues y la Old Crow Medicine Show, disfrutamos de esta propuesta en castellano de banda en formato extendido entre la americana más festiva y la romántica alcohólica. A saber, guitarras acústicas, banjos, saxos y acordeones con unos tipos tatuados en camiseta sin mangas y con ganas de animar al respetable.

Con el lógico cansancio que arrastrábamos después del primer día, encontramos pronto lo que necesitamos, un cocktail de cafeína, reconstituyente y tortazo en toda la cara. Se llaman The Coup y facturan un hip hop zurdo, combativo, sobrado de actitud punk y funk bailable desde Oakland, California, como nos repitieron durante toda la actuación. 
Su líder Boots Riley luce afro y profusas patillas y salió embutido en un mono con el logo del grupo. Sus temas con fuertes bases funk son servidas por una banda orgánica con bajo estratosférico, guitarras fuzz ensuciadas, más unas bases no excesivas desarrolladas por los teclados.
Muy pronto y con la parroquia ya entregada por lo visual y sonoro de su propuesta, salió a escena la atómica vocalista Pam the Funkstress. Un torbellino que no paró de contonearse, bailar lascivamente y realizar ejercicios de elasticidad no muy acordes a su figura. Con ella atacaron su bailable The Magic Clap con reminiscencias al Magnificent seven de los Clash y su proto hip hop callejero. Y es que en su propuesta chulesca y combativa se pueden encontrar tantos ecos tanto de éstos como de Rage Against the Machine. Enlazaban los temas sobre rápidos cambios de bases y Boots remedando a James Brown dando órdenes a la banda “bring me to the bridge”.  Acabaron el bolo con un tema con pesados riffs de guitarra con intervenciones estelares del teclista rapeando y el bajista (con look de cantante doowoop que desentonaba con el resto de la banda) bailando sobre su bajo. Después de autopromocionar su merchandise sin soltar prenda se despidieron en el bolo mas enérgico que presenciamos la segunda jornada. A nosotros ya nos habían puesto a tono para toda la noche.

The Orwells, ofreciendo un muy disfrutable bolo, pecaron de un par de cosas. En primer lugar, de excesiva variedad estilística, a veces con guiños muy obvios, y por otro lado, de cierta falta de compenetración de banda y cantante, parecía que cada uno iba a lo suyo, con el cantante ejerciendo de chamán entre grunge albino y dios vikingo.
Iniciaron garageros remedando descaradamente los riffs de Louie Louie, aunque centrarían buena parte del repertorio en canciones con potente base rítmica acelerada a la Strokes con las dos guitarras excesivamente ensuciadas. Con Halloween All Year ejecutaron soul de rueda interminable con guitarras a la contra que remataron en la salida con el Build Me Up de los Foundations. Siguieron con cowboy rock con dejes de grunge, ecos pixianos a Where is my Mind, con el cantante Mario Cuomo gustándose cada vez más y acercándose peligrosamente al foso. Y la cosa siguió saltando de soul cincuentero con onda psicodélica a ejercicios de pop de raíz british un poco fallida, hard rock descafeinado... En definitiva, un bolo de más a menos que acabó con punk de escuela ramoniana y por Strokes, que es el estilo que mejor se les da. En definitiva, un combo con virtudes pero que se pierde un poco en la dispersión sonora y su puesta en escena.

Ángel Stanich, el delgado y afro cantante con voz característica y última sensación del underground patrio (aunque sorpresivamente bajo el manto de una mayor como Sony) puede decir que su propuesta ya ha calado. A tenor de lo presenciado el sábado y que ya nos adelantó un entusiasmado Chema Rey (mánager del santanderino), “ya veréis como el auditorio acaba cantando los temas”. Y vaya pues sí que lo hizo, demostrando una gran química con el cantante, que disfruta de ello.
Perfectamente secundado por un trío eléctrico (donde sobresalió su joven guitarra), Stanich desgranó sus baladas acústicas con deje folk country  y cierto aire de spaguetti western, como la primera época de La Frontera,  y con similitudes también con la propuesta de Arizona Baby
Sonaron Disparar a un hombre en Reno, con sus guitarras hipnóticas de cierto aire psicodélico, Metralleta Joe o Caradura rock sinvergüenza a medio tiempo. Con la despedida en homenaje a Jack Bruce (el único en acordarse en todo el festival) dio paso al siguiente y uno de los más esperados conciertos de la noche en ese mismo escenario, donde se degustan las propuestas más alternativas y minoritarias.

Billy Bragg es uno de esos intérpretes en los que lo Político, lo Vital y los Musical se juntan de manera inexorable. Los tres van de la mano y así lo transmite en directo. Pero sin caer en la demagogia ni en el panfleto, es claro, conciso y absolutamente defendible. Una propuesta tranquila y acústica, contestataria pero serena. Tuvo dos momentos de discurso claro y directo. En primer lugar, cuando denunció el auge de los partidos xenófobos, desde Hungría hasta Francia, en las pasadas elecciones Europeas para (ay!) valorar el hecho de que en España no existan este tipo de partidos. Lo nuestro es peor Billy, todos tan en el “centro” que sólo les interesa trincar, no se pringan en discursos xenófobos. En fin, fue una bonita introducción para el glorioso tema de Woody Guthrie All you fascists (bound to lose), tocado con sentimiento y energía de rock'n'roll y uno de los pocos momentos en los que las guitarras tomaron cierto protagonismo sobre el mensaje.
Lo que fue una isla, en un concierto donde dominaron los sonidos campestres de country low fi heredados de aquellas dos maravillas que grabó junto a Wilco, sonidos atmosféricos de americana para el folkie Bragg. En una banda donde destacaban la contención de las guitarras eléctricas para ceder espacio a los sonidos desarrollados por las steel guitars y los teclados. Tuvo varias paradas en los dos volúmenes de Mermaid Avenue, donde junto a los de Chicago musicó un puñado de escritos inéditos de Guthrie, como Way Over Yonder in the Minor Key (preciosa, como en todas las intervenciones, la steel guitar) y la más brillante y pop California Stars. Aprovechando la propuesta estilística, sorprendió con un nada político Dead Flowers, en fin, que las tribulaciones del Richards más yonki nos parecieron un poco fuera de lugar en aquel contexto. 
En el tramo final del concierto recuperó himnos iniciáticos como Sexuality, que sonó mas cálida merced al sonido  Rickenbacker, las reminiscencias a los Smiths y las armonías  de esta canción que compuso junto a Johnny Marr.
Y como un sorpresivo tributo a Kraftwerk presentó New England  y su delicioso estribillo “I don't want to change the world / I'm not looking for a New England / Just looking for another girl”, con el de antemano entregado auditorio del Teatro en pleno éxtasis coreándola. 
Y tras un discurso final contra la globalización que las grandes corporaciones económicas están trayendo con sus sedes fiscales en países más ventajosos y su nula inversión y aportación a los países y, de propina, una andanada contra la centralización de los estados frente a las regiones, se despidió Bragg en un concierto en el que demostró que no es necesario gritar para protestar, tal y como el maestro Guthrie y su guitarra de palo, aquella que rezaba esta máquina mata a fascistas, establecieron el siglo pasado.

Y bien, llegaban los cabezas de cartel de la segunda jornada, y seguramente de todo el festival. Un grupo como The National, con un último disco, Trouble will find me, que copó el año pasado cientos de listas de esas en que nos creemos con la aptitud para seleccionar lo supuestamente mejor. En el Río Rojo no apareció, y habremos de aceptar la dificultad que ha tenido, y de hecho sigue teniendo, ese disco para terminar de engrasar nuestras emociones. Y sin que una cosa quite la otra, uno no podrá olvidar fácilmente momentos como la interpretación de una canción incluida en él, Pink Rabbits, si bien tan cerquita y cercana a una pieza como England, de esas que siempre dejarán poso, que embellece todo lo que toca. Y es que fue eso, un excelente, bello e intenso concierto de momentos. Los de Sufjan Stevens ocupando un totalmente secundario papel en pos únicamente de la banda; las dos guitarras de los hermanos Dessner y la base rítmica de los Devendorf dando cuerpo; y un Matt Berninger dominando, reptando, tragando palabras, escupiéndolas, agarrado al pie del micro como el tímido escondido tras el árbol, susurrando con esa especial manera de entonar, hablando al oído del monitor de escena, contándole sus secretos para acto seguido maltratarlo, con sus muchos excesos (esos stage diving, esos gestos masificados) y sus muchos gestos mínimos. Con cariños de Ada o Sea of love, con berridos hirientes de Fake Empire o Mr. November, con el adiós acústico de Vanderlyle Crybaby Geeks, y con un reencuentro en el que pudimos volver a mirarnos a los ojos. Sí, The National, unos cabezas de cartel que llegan en la cresta de su ola, y demuestran saber cabalgarla. Y acariciarla. 

2 comentarios:

  1. Leído, tenía ganas sobre todo de saber tu visión detallada sobre los Orwells en directo (dispersos). Como sabes los tengo en gran concepto (en estudio). Abrazo.

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    1. Johnny, lo leído en esta crónica de The Orwells es cosecha del colega "Desperdicios", aunque muy coincidente conmigo. Mi opinión puedes leerla en Mondo Sonoro, aquí: http://www.mondosonoro.com/Critica-Conciertos/Bilbao/BEC/El-exito-de-los-sonidos-de-otono/BIME-Festival/10177.aspx

      Pero como ves, no hay mucha diferencia entre ambas...

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