jueves, 17 de noviembre de 2005

Arrastrando mis botas

Muchos de los pétreos e inamovibles defensores de la libertad echarán alguna que otra lagrimita por la muerte del paticorto. Y yo arrastro mis botas por el asfalto.

Monseñor se sentará en la silla, con aire apesadumbrado, se arremangará la falda de la sotana y rascándose con la uña sucia los testículos, extrañará tiempos mejores.

La cantante cuarentona, ex reina de la chabacanería bailonga, trata de recuperar pasados no tan gloriosos pero sí más carnales, y la progresía disfrazada de modernez aplaude entusiasmada, por aquello de a la vejez, viruela.

Los ex terroristas arrepentidos tratan de lavar sus conciencias corriendo alborozados hacia el otro extremo, exhibiendo su supuesta virilidad, tensando cuerdas como antes tensaron gatillos. Ni pío.

Avioncitos que van y vienen, secretos pero en viajes de novios, en lunas de hiel. Cartitas de amor ("cariño, tú y yo que somos hombres y padres…").

Tenemos televisión, tenemos radio, tenemos prensa, tenemos fútbol, tenemos pan y circo. Y los políticos siguen jodiéndonos los huevos, esos mismos que se rasca monseñor.

Y yo arrastro mis botas por el asfalto.
Ni jodido ni contento.
Ni alegre ni combativo.
Ni santo ni demonio.

Con una pizca de acritud. O de acrimonia.
O de acracia.
Qué más quisiera yo.

Hala, ya crispadito, me voy a la cama.
Que encima, ahora, el sexo oral produce cáncer. Sólo nos faltaba ésto. Para mí, que son cosas de los obispos.
Y yo arrastrando mis botas.



Suena la corriente: "Ay, qué gustito pa' mis orejas" - Raimundo Amador

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