Páginas

martes, 19 de junio de 2012

Azkena Rock Festival 2012: Día 2
El día del águila aulladora y la tribu


Uno de los éxitos de cualquier festival que aspire a su consolidación en el tiempo es la integración efectiva con la ciudad donde se celebra. Que ésta viva el mismo como parte integrante de ella. Cuando hace años el Azkena Rock Festival decidió extender algunas actuaciones al centro de Vitoria, en formato gratuito y horario matinal, terminó por consolidar esa identificación mutua. Porque de esta manera, pubs y locales gastronómicos se suman al evento, programando todo tipo de actuaciones menores. Y si el tiempo acompaña, las de la Plaza de la Virgen Blanca a la una del mediodía son un sabroso aperitivo a lo que vendrá después. (...)


El viernes, se vivió un momento mágico con un veterano en edad y neófito en éxito. La vida de Charles Bradley es un claro ejemplo de tesón y superación. Fascinado desde jovencito con la magia de James Brown, ha compaginado longevos trabajos como camarero y cocinero con oscuras bandas de soul, que cada noche le proporcionaban la energía suficiente para encarar el día siguiente. Descubierto por la gente de Daptone, grabó algunos singles hasta que por fin, el año pasado, publicó su primer LP, el desbordante No time for dreaming. Acompañado por una solvente banda, joven, muy joven, y blanca, muy blanca, the Screaming Eagle of Soul ofició una sabrosa ceremonia de soul, sol y vermut. Simpático, bailarín, jocoso, con alma y un vozarrón de los de antaño, paseó por entre las almas de James Brown y Wilson Pickett, por entre el funk y los giños a Stax y Muscle Shoals, por entre el erotismo y la reivindicación. Y regaló esa espléndida versión de Heart of gold, que demuestra que Young tiene pura alma soul.

Parece una perogrullada, pero desde hace tiempo un festival de rock sin bandas suecas adolece de garra. Es posible que su cercanía favorezca la contratación, pero también que su efectismo sobre las tablas está fuera de toda duda. En la sesión del viernes, Pontus Snibb 3 y The Amazing cumplían la cuota. Los primeros enlazaban el rock peleón vía Hellacopters, con parada y fonda en AC/DC y ZZ Top, con las correrías del propio Pontus Snibb por todo el recinto del festival mientras hacía sonar su guitarra. Los segundos planeaban por entre acordes folk teñidos de psicodelia electrificada, con similar displicencia escénica a la de tantas bandas cercanas al shoegaze.

Rich Robinson nada tiene que demostrar como guitarrista y compositor. Su elegancia, su clase y su gusto están en las obras de The Black Crowes y en sus dos discos en solitario, notablemente en el Through a Crooked Sun del año pasado. Pero lo que en una banda, unido al resto de miembros y sobre todo al carisma de su hermano Chris, alcanza cotas de magia musical, sentimental y emocional, queda lastrado en su presentación como solista. No son las canciones, no es su voz (evidentemente no es la de su hermano, pero aguanta el test), pudo ser cierta incomodidad durante la primera media hora por algún problema técnico, pero el concierto avanzaba entre cierta sensación de punto muerto. Robinson no es la alegría de la huerta, aunque supo recomponerse durante el tramo final, ese en el que paseó entre Fleetwood Mac, el Cinnamon Girl (de nuevo Young presente) o esa estupenda versión del Oh! Sweet nuthin’ de la Velvet que ya cantara con los Crowes.

Ya habíamos anticipado en el Río que uno de esos momentos íntimamente nuestros iría unido a la presencia de The Screaming Tribesmen. Y es que ver en escena a Mick Medew y a Chris Masuak juntos, alegres y en buena forma, nos reconfortó con ese power-pop energético, ese garage que tantas buenas horas nos ofreció durante los 80. Y ellos fueron entonándose a medida que sentían como la gente coreaba sus canciones, a medida que se sentían queridos. Y cómo no voy a corear Date with a Vampyre, Ice o esa joya juvenil que es 2 Blind Mice, si son parte de mí. Por lo leído y comentado, los Tribesmen van a quedar como experiencia secundaria del festival. Pero no dudo, por algunas miradas cruzadas, que para unos cuantos, fue un momento mágico. Es más, fue el momento de una segunda jornada que pocos emocionalmente intensos nos reportaría. Será nostalgia. O será amor por una música de la que The Screaming Tribesmen eran los únicos representantes.

Ay, Ozzy, el viejo (viejísimo, oiga) Ozzy. Reclamo de esta segunda jornada, repetición del año anterior, tachadura para superar la ausencia de Black Sabbath por los problemas de salud de Iommi. Pues no sé que voy a decir, aunque debería decir poco, dado el escaso tiempo que permanecí en un lejano costado del escenario. Suficiente para reafirmar que la Marujita Díaz del rock no me dice nada. Así que nada digo.

Preferí con mucho la intensidad de los madrileños Lüger (es en estos momentos en los que agradecí, y tanto, los dichosos solapamientos). Y era entrañable llegar frente al escenario 3 (dónde si no) y saludar a los que habitualmente por allí estábamos, lejos de bullicios y estrellonas. Lüger son energía pura, repetición minimalista llena de urgencia, ruido y experimentación, pero energía en estado explosivo. Sus referencias al krautrock, al ruidismo psicodélico quedan absolutamente reforzadas en directo. Alardean de que sus discos se graban así, en directo y a la primera toma. Y no es de extrañar. Es la manera exacta de canalizar su onda expansiva. Sin duda, la mejor actuación nacional de esta edición.

Y hablando de estrellonas, Cedric Bixler-Zavala lo es. Y mucho. Para lo bueno y para lo malo. No sé exactamente qué me hicieron sentir The Mars Volta. Reconozco que sin ser un fiel seguidor de su carrera, siempre me ha llamado la atención de manera especial la prolífica bulimia musical de Omar Rodríguez-López. Aunque uno tiene la tentación de resumir su show con la frase de despedida que pronunció al final el propio Omar: Gracias por la paciencia!. Hombre, pacientes tuvieron que ser los rodies, ya que durante la primera media hora, el excéntrico e histriónico Cedric se dedicó a protestar por todo y arremeter a patadas contra cuanto bafle se le ponía por delante. En un momento, uno de los técnicos se encogió de hombros como diciendo, qué coño quieres! Pues estaba claro. Atención. Con su cardado setentero y una voz que en los tonos más agudos hacía añorar la de Robert Plant, no fue hasta que decidió centrarse en el concierto que éste ganó enteros. En el fondo supongo que los desvaríos musicales, progresivos y experimentales de los propios Mars Volta quedan amplificados con su actuación escénica, con esa lucha de personalidades entre el ido Cedric y el excelso guitarrista Omar. El mal y el bien. O el bien y el mal, según gustos.

(Oye, y de los otros cabezas de cartel, Gun, Black Label Society o Gallows? Venga, tío, no seas pesado!)


Suena la corriente: "Heart of gold" - Charles Bradley



4 comentarios:

  1. En mi opinión el peor día como te comenté en el concierto de Mars Volta, veo que te quedaste hasta el final... yo no pude, no entiendo nada en su propuesta musical la verdad. Lo de Bradley fue la pera.
    Saludos.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Como siempre, es sobre gustos. Yo disfruté como un enano con los Screaming Tribesmen, son parte de mi genética desde que yo era un crío! Y sí, aguanté hasta el final de Mars Volta. Tienen un algo que me engancha.

      Eliminar
  2. Gracias for the kind words from the Screaming Tribesmen!

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Thanks to you for the concert! Hope to see you again sooner than later!

      Eliminar