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lunes, 2 de agosto de 2004

Tristeza guaraní

Soy de esas personas que tratan de identificarse lo máximo posible con el lugar donde se encuentran y las gentes que lo habitan. No, no siempre se consigue, pero cuando lo haces, experimentas una sensación de expansión muy difícil de limitar.

Cinco años de mi vida viví en Paraguay. Llegué solo, sin conocer a casi nadie. Las relaciones que pudiera establecer tenían que suplir la ausencia de mi gente. Y fueron tan intensas, que pasaron a engrosar lo que yo llamo mi "otra gente". Yo no soy de un sitio. Soy de muchos. A ningún sitio le juraré fidelidad, lealtad o sentimiento eterno. Se lo haré a muchos. No tengo raíces, y tengo muchas.

Leer los sucesos de ayer me espanta, me apabulla. Y empieza el goteo casi imperceptible de señales, de correos, de llamadas, de funestos listados, para comprobar que toda mi "otra gente" está bien. Parece que sí.

Pero quién sabe si alguna vez, en algún momento fugaz, estreché una mano, di un abrazo, intercambié alguna conversación, crucé una mirada, dejé un beso, recibí una caricia, compartí un lecho con/a/de alguna de esas personas que ya no están. La vida está hecha de momentos y gentes que perduran, y de otros fugaces, que pasan sin hacer ruido, que se olvidan, para recordarlos entre brumas futuras.



Suena la corriente: "Curuzú Verá (Al natural)" - Paiko