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martes, 8 de enero de 2013

The Inmates
Sudores de barra


El rock’n’roll es lo que cada uno considere para sí mismo. Es cinco amigos bebiendo cerveza, escuchando discos, soñando con colgarse una guitarra al cuello y pasear sus aires por los escenarios que se les pongan a mano, incluso por los que queden lejos. Es hacer todo lo que cada uno entienda que debe y puede para enfrentar cada mañana al menos con un mínimo soplo de fuerza para levantarse de la cama. (...)


El rock’n’roll es eso, y sudar entre humo y alcohol, entre cuerpos tuyos y míos, entre luces y oscuridades, entre vida y muerte, entre tú y yo. Y cualquiera que esté dispuesto a rasgar esa guitarra, a aporrear esos tambores, a golpear esas cuatro cuerdas, a saltar los dedos entre las teclas y a quemar sus dos cuerdas vocales, y lo haga con un bagaje de clásicos de los que nos ayudaron a crecer y vivir, me tendrá. 

Cuando terminaban los años 70 y de las catacumbas de Londres y de los tugurios de cualquier ciudad británica saltaban ritmos eléctricos y agrios que gritaban que no les gustaba lo que veían, lo que sentían, la sociedad que les estaban vendiendo e imponiendo (justito como ahora), cada uno agitaba como sabía o podía. El punk se llevó los sustos de los complacientes con los órdenes impuestos, los que nunca quieren avanzar porque saben cómo enriquecerse con el atraso. Y ese espíritu punk, cuando se mezclaba con la tradición r&b, con las chirriantes sonoridades nacidas en las cavernas de los años sesenta, se transmutaba en sudor de pub, en alcohol de cebada, en vómito de amanecer, en exaltación de amistad psicótica, en abrazo borracho, en rock’n’roll.

El pub-rock siempre ha dado gente que sabía poner ese punto de locura que durante años han querido arrebatarnos. Y la voz de Bill Hurley, las guitarras de Peter Gunn y Tony Oliver, el bajo de Ben Donnelly y los parches de Jim Russell primero y Eddie Edwards después no eran otra cosa que las armas de cinco amigos para pasear su amor por los Beatles, los Stones, los Pretty Things, los Small Faces, los sonidos del garage que arrasaron los Estados Unidos en los 60 y el rhythm & blues que cuanto negro con una guitarra al hombro y una cogorza a cuestas haya creado.

The Inmates eran nada más y nada menos que eso, unos tipos haciendo lo que se les antojaba, bebiendo de sus fuentes y volcándolo en sus canciones. Fueron para muchos un grupo de covers principalmente, y cómo no lo iban a ser si su canción más conocida no era otra que una relectura sudorosa del Dirty Water de los Standells. Por sus manos pasaron joyas como Love me two times, So much in love o The walk, pero ellos supieron crear otras propias como Carolina, Dangerous Love o Sister Jekyll and Hyde que recordábamos el otro día repasando a Garrie and The Roosters.

Estas letras no pretenden ser un repaso biográfico en regla. La búsqueda es un excelente pasatiempo para comenzar este año. Pero sí una llamada a la memoria de una de esas bandas que tuvieron en el directo mucho más énfasis que el que lograron en estudio, simplemente porque era imposible captar toda su fuerza, y que tuvieron fuera de sus Islas natales, principalmente en Francia, mucho más predicamento. Sólo apuntamos un dato: Robert Plant llegó a decir de Bill Hurley que era el mejor cantante británico. Pero si en una de esas cubetas de dios en las que manchas las yemas de tus dedos encuentras First Offence (1979), Fast forward (1989), Five (1984) o esa bestia que trituraba a los Beatles a golpe de rhythm & blues caníbal, Meet The Beatles / Live in Paris (1988), o cualquier disco firmado por ellos, no lo dudes, porque habrá recompensa segura. Y aún hoy en día, que continúan pateando escenarios, si pasaran por tu ciudad, ponte guapo, eres guapa, y sal a bailar y sudar.

O por qué crees que me resbalan las teclas mientras escribo esto?

Suena la corriente: "Sister Jekyll and Hyde" - The Inmates



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